Recuerdo en mis primeros años de carrera profesional mis discrepancias con gobernantas y subgobernantas, ya que éstas realizaban todo a lápiz y papel (los famosos papelitos por todo el escritorio, ni siquiera eran post-its) y tenían pocas habilidades con las nuevas tecnologías. También recuerdo sus formas de trabajar rígidas y sin espacio para la innovación.

Aunque eso lo he criticado durante mucho tiempo, ahora resulta que, después de más de 20 años de carrera, una se convierte en “la antigua escuela”. Y sin embargo, en tu cabeza y en todo tu ser no te sientes “viejo”, pero los años pasan para todos y es algo que hay que asimilar.
Lo curioso es que nadie te avisa cuándo sucede ese cambio. Un día estás aprendiendo de otros, adaptándote, rebelándote incluso contra lo establecido. Y al siguiente, te das cuenta de que son otros los que llegan con ideas nuevas, con una visión más ágil, con una forma diferente de entender el trabajo. Y tú, que te creías moderna, flexible, digital, te ves defendiendo métodos que ya no encajan del todo. No porque no funcionen, sino porque el mundo laboral ya está mirando hacia otra parte.
Hoy en día, el sector ha cambiado enormemente. Han proliferado los hoteles-escuelas y las escuelas de hostelería, lugares donde los estudiantes no solo reciben formación académica, sino también práctica, con instalaciones reales, simulaciones, tecnología de punta y protocolos que cambian constantemente. Se organizan ferias, exposiciones, conferencias, congresos internacionales, se publican manuales, se actualizan programas formativos… La hostelería ya no se aprende únicamente trabajando duro en un hotel desde joven; ahora existe una red inmensa de recursos, una cultura profesionalizada que crece cada año. Y eso, por supuesto, es maravilloso.
Las nuevas generaciones vienen mucho más preparadas. No solo técnicamente, sino también con otra mentalidad. No tienen miedo de cuestionar jerarquías, de exigir mejores condiciones o de plantear maneras diferentes de hacer las cosas. A veces eso incomoda. A veces da envidia. Y otras veces, hay que admitirlo, se agradece. Porque también nos obligan a evolucionar, a no dormirnos en los laureles, a revisar nuestras certezas.
Y a pesar de todo, hay cosas que se mantienen. Viejas costumbres que siguen siendo útiles, aunque no lo parezcan. Por ejemplo, rociar un poco de agua sobre la sábana para que quede bien lisa al estirarla y sin arrugas. ¿Recuerdas a tu abuela echando agua en la ropa antes de plancharla? Pues eso… Hay saberes que no vienen en un manual, ni en un vídeo de formación, ni en una app. Son conocimientos transmitidos de generación en generación, pequeños gestos que todavía hoy marcan la diferencia entre un trabajo correcto y un trabajo impecable.
Quizás de eso se trate al final: de encontrar el equilibrio. Ni aferrarse a lo antiguo por costumbre, ni rechazarlo por sistema. Ser capaces de reconocer lo valioso de cada etapa, de cada forma de hacer las cosas, y permitirnos aprender, desaprender y reaprender.
Porque sí, tal vez ahora nos toca ser “la antigua escuela”. Pero también podemos ser esa antigua escuela que inspira, que transmite, que deja huella. Y eso, al final, también es liderazgo.
🗣️ ¿Y tú? ¿Eres ya de la antigüa escuela? Te leo en comentarios.
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Filed under: departamento de pisos | Tagged: aprender y enseñar, cambio generacional, escuela de hosteleria, evolución laboral, hosteleria, nueva generacion, supervisionhotelera, viejaescuela | Leave a comment »






